viernes, 14 de junio de 2013

EL ORGULLO Y LA CONFIANZA PROPIAS

EL ORGULLO Y LA CONFIANZA PROPIA

Cristo dirigió la parábola del fariseo y del publicano a los que confían de sí mismos como justos, y menosprecian a los otros. El fariseo sube al templo a adorar, no porque sienta que es un pecador que necesita perdón, sino porque se cree justo, y espera ganar alabanzas. Cuando dice: "Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano". Juzga su carácter, comparándolo con el de otros hombres, y no con el de Dios.
Cualquiera que confíe en que es justo, despreciará a los demás. En cambio el publicano se siente tan indigno que evita ponerse a su lado, y sólo desea que Dios en su misericordia le perdone, aunque se sabe indigno de ese perdón.
El fariseo y el publicano representan las dos grandes clases en que se dividen los que adoran a Dios. La sensación de la necesidad, el reconocimiento de nuestra pobreza y pecado, es la primera condición para que Dios nos acepte.
La oración del publicano fue oída porque mostraba una dependencia que se esforzaba por asirse del Omnipotente.
Mientras más nos acerquemos a Jesús, y más claramente apreciemos la pureza de su carácter, más claramente discerniremos la excesiva pecaminosidad del pecado, y menos nos sentiremos inclinados a ensalzarnos a nosotros mismos.
"Porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado". Lucas 14: 11.


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