lunes, 23 de diciembre de 2013

SALUD: ¿LAVARSE LAS MANOS?





   Reducir la tasa de mortalidad ha sido y es una de las más grandes aspiraciones de la ciencia médica. Y para ello se han llevado a cabo grandes y complicados estudios y experimentos a lo largo de toda la historia.
   Hubo un hombre, no obstante, que dio una gran lección a la humanidad en general, y al mundo médico en particular, porque nos enseñó que realizando tareas sencillas, también pueden salvarse vidas. Pero los grandes hombres de la medicina, acostumbrados a las cosas complicadas y disfrazados de un gran ego, ¿íban a dejarse enseñar por un joven médico y con un método tan sencillo?
   A continuación lo veréis.

   ¿Sirve para algo lavarse las manos? Un acto que hacemos como un hábito adquirido y que quizás no le damos la importancia debida. En una ocasión fui a una casa a visitar a una familia que tenían un bebé de pocos meses y me sorprendió ver que tenían la costumbre de darle el biberón sin haberlo esterilizado. Cuando les pregunté por qué no lo hacían, me contestaron que eso no tenía importancia.
   ¿Lavarse las manos tiene importancia? Esa pregunta nos la va a responder Philipp Semmelweis, un jóven médico húngaro-alemán de 22 años, que en febrero de 1.846, ocupó el cargo de ayudante en la primera clínica de obstetricia de Viena.
   La sección de obstetricia del Hospital General de Viena era, por los años cuarenta del siglo XIX, un nido de incubación de la fiebre puerperal.
   En aquellos tiempos, las mujeres "respetables" daban a luz en sus hogares, y las que íban a los hospitales eran las llamadas "indigentes".
   El caso es que la sección de obstetricia de este hospital se hallaba dividida en dos subsecciones. La primera, estaba destinada a las clases de obstetricia de los estudiantes de medicina. La segunda, estaba destinada a la formación de las comadronas, y en ésta, los estudiantes no tienen acceso.
   Semmenlweis se da cuenta con estupor que mientras en la sección de los estudiantes las muertes por fiebre puerperal ascienden al 11%, en la zona de las comadronas tan sólo alcanza el 1%.
   Este médico, muy preocupado por lo que ha notado, dedica muchísimo tiempo a intentar encontrar una respuesta. Se dedica a hacer estudios para ir descartando posibles causas. Se da cuenta que las mujeres de una y otra sección proceden de las mismas capas de la población; las condiciones de ambas salas son las mismas, y los medios de orden obstétrico también. ¿Cuál podría ser la causa?
   Semmelweis llega a un estado tan desesperado que su compañero Kolletschka le aconseja unas vacaciones. El 2 de marzo de 1.847 parte rumbo a Venecia por tres semanas.
   Por fin van a disiparse dudas. A su regreso se entera que su compañero ha muerto. Le explican que un estudiante hirió a Kolletschka con el bisturí en un brazo. Una herida insignificante a la que no presta atención.
   Semmelweis pide el acta de la autopsia de su compañero y descubre los mismos síntomas que tienen las parturientas aquejadas de la fiebre puerperal. Entonces la mente de Semmelweis se ilumina y piensa si no han sido ellos mismos los que han llevado, después de las autopsias, sustancias al vientre de las parturientas.
   El 15 de mayo de 1.847, cuelga un anuncio en la puerta de la clínica, y exige lavarse las manos a los médicos que, saliendo de la sala de autopsias, vayan a ver a las parturientas.
   En esta época aún se desconocía que las bacterias son agentes portadores de las afecciones purulentas y quirúrgico-purulentas de las heridas. Aún le separan treinta años de su descubrimiento.
   Y así fue como el jabón, el cepillo de uñas y el agua, hacen su entrada en su sección.
   Con el tiempo, Semmelweis consiguió que se redujeran los casos de muerte. Pero un día llega a la sala y se encuentra con que la totalidad de las doce parturientas están atacadas de la temible enfermedad. Eso le desconcierta, hasta que descubre que la primera paciente tiene un carcoma pútrido.
   Lo que ha sucedido es que los médicos se han labado antes de entrar en la sala, pero no después de reconocer a esta primera paciente, y así el mal se ha transmitido a las demás.
   Otro descubrimiento importante: Estas materias infecciosas no    solo se transmiten de muertos a vivos, sino también entre pacientes vivos.
   Cuando se decide a divulgar su descubrimiento, se encuentra con la burla y el escepticismo de los grandes de la medicina de su época. Con el paso de los años y mucho desencanto, descubre que la ropa sucia de las camas también puede convertirse en un agente transmisor de sustancias infecciosas.
   Los grandes de la medicina siguieron ignorando sus descubrimientos. Nunca, como en aquellos días, demostraron ser tan funestos para el progreso de la medicina el orgullo, el doctrinarismo y la rigidez de los titulares de la ciencia médica.
   Semmelweis sufría mucho porque sabía que con ese simple gesto de lavarse las manos, muchas mujeres se evitarían la muerte. Su conciencia le perturbó hasta tal punto que tubieron que ingresarle en un sanatorio mental, y murió poco después también a causa de la fiebre por haberse pinchado accidentalmente. Tenía 47 años.

   Y ahora, ¿Qué pensáis de la limpieza de las manos?
   Si queréis más información, os recomiendo el libro "El siglo de los cirujanos", de Jürgen thorwald.

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